sábado, 10 de marzo de 2012

El profesor tradicional y el docente del futuro


Uno de los más grandes enigmas para el ser humano es pensar en el tiempo, no solamente como un problema físico, si no como un problema ontológico y antropológico. Es decir,  pensar en el tiempo como factor que determina al ser humano como ser racional, que sueña y actúa en función de un futuro que no se sabe si es o no incierto. Las circunstancias  se dan en el tiempo y el hombre en parte está determinado por dichas circunstancias, como dice Ortega y Gasset: “El hombre no tiene naturaleza, si no que tiene historia”  (José Ortega y Gasset, 1935).
De lo anterior, es menester analizar la posición del profesor en un antes y en un después, es decir; como el educador ha venido protagonizando ese papel en el transcurso de los últimos años, y como se proyecta, como agente constructor de la sociedad del futuro.
En primera instancia, ¿Es la sociedad que determina la función del docente? O ¿Es el docente que determina el rumbo de dicha sociedad?. Pues es claro pensar que la función del docente es formar ciudadanos para una determinada sociedad. Por otra parte, el docente no realiza su función con “libre albedrio”.  
De lo que tenemos certeza es que el docente en su función histórica, actúa dentro de la sociedad, bajo el criterio y las intensiones que los gobiernos tengan para ésta, ya sea por medio de tratados internacionales o bien influenciados por diferentes organismos.
Es evidente que al pueblo le es impuesto un tipo de educación que determinará el rumbo de la sociedad, desde el hecho que dichos contenidos programáticos no surgen, ni parten desde el contexto de los educandos, estamos hablando como diría Freire, de una “educación bancaria”, basada en la narración:
 “La narración los transforma en “vasijas”, en recipientes que deben ser llenados por el educador. Cuando más vaya llenando los recipientes con sus “depósitos”, tanto mejor educador será. Cuanto más se dejen “llenar” dócilmente, tanto mejor educandos serán”. (Freire, 1970)
Con frecuencia escuchamos el verbo  “contextualizar”,  diríamos que es otro eslogan educativo que sirve a algunos burócratas  decir a las masas: “nosotros también trabajamos”. 
Pero ¿qué es realmente contextualizar?, si lejos de cambiar unos objetivos programáticos como se ha venido haciendo, es partir de lo que realmente el estudiante sabe en términos culturales, partir de las raíces y costumbres del educando como lo plantea Freire.
Es un hecho que la educación desde la antigüedad se caracterizaba por ser un privilegio de unos cuantos; y en la edad media apuntaló a un “oscurantismo” casi absoluto; cuyas almas que iluminaban eran algunos letrados teólogos y  escolastas.
Actualmente nuestra sociedad llena de estereotipos y eslogan impregnan la ideología de un consumismo masivo, la era de la información ha llegado para invadir cada conciencia. La información es para todas las clases, y todas las personas necesitan estar informadas; y la educación se basa en este principio: estar informado y aprender a informarse.
Los medios de información masivos como la televisión y el internet se encargan de educar desde la infancia, podemos verlo en nuestras aulas: si  a un estudiante se le preguntase algún dato en alguna asignatura en particular, no es de extrañarse que acuda al internet de su teléfono celular y que responda acertadamente.
Es natural pensar que en nuestros tiempos la labor del profesor tradicional es enseñar para un examen,  y el deber de los estudiantes estudiar para la prueba; en fin la evaluación en vez de ser un indicador para “examinar” los problemas sustanciales del quehacer pedagógico; es un fin en sí mismo. No se enseña para la vida, se enseña para la  promoción. Es una educación basada en los resultados y no en los procesos.
Verdaderamente hay que replantearse como debe ser el docente del futuro, como debe encarar las nuevas problemáticas que se presentarán, que  día a día se vuelven aun más complejas.
El educador del futuro seguro que contará con todos los recursos tecnológicos que le permitirán ser más amena y atractiva su clase. Es un hecho de que  así sea, porque el mundo de nuestros párvulos es ese, “un mundo tecnológico en crecimiento exponencial”.
Pero para el educador del futuro toda esa tecnología no es más que un recurso, así debe de pensar él. Un medio para llegar a un determinado objetivo.
Un problema para el educador del futuro es enseñar para el análisis de la información e interpretación de signos que día a día la sociedad crea y codifica. La semiótica además de estar contenida en las ciencias, lo está en la sociedad, y por ende en las diferentes manifestaciones culturales del ser humano.
El educador del futuro no es un “archivador de datos” como el profesor tradicional, el educador del futuro se sentirá satisfecho cuando sus alumnos cuestionen, crítica y objetivamente el tema a tratar. Hasta el punto de que los estudiantes planteen nuevas problemáticas.
La educación no estará basada en el informarse y aprender a informarse; si no en qué información es importante, en el qué hacer con esa información y qué decisión se tomará a partir de esa información.
Por otro lado, el docente del futuro no está en función de la promoción, la evaluación no es determinante cuando existe un aprendizaje significativo; es decir se evalúa para realimentar procesos, y principalmente para que el docente replantee su didáctica. Es decir,  en un aprendizaje significativo el educando adquiere nuevos significados a partir de los adquiridos, como lo menciona Ausubel:
“La aparición de nuevos significados en el estudiante refleja la ejecución y la finalización previas de un proceso de aprendizaje significativo” (Ausubel, 2002).
Es decir, el docente del futuro es capaz de despertar conciencias, de ser dialógico, de formar mentes críticas, en darle mayor énfasis a los procesos o procedimientos que a los resultados, en investigar su propia practica pedagógica, dejarse investigar por colegas, y aceptar críticas constructivas. Pero sobre todo también es capaz de llevar a cabo la simbiosis de aprender de sus estudiantes así como sus estudiantes aprenden de él.
José Angel Rodríguez Leitón

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